"Un pueblo con acceso al mar, es un pueblo con acceso a la imaginación". Eso lo dijo Rubén Blades en una entrevista incluida en “Encuentro”. Yo no tengo objeciones. A pesar de que iba muy poco a la playa gracias a los nervios de mi querida madre, me siento afortunado de haber nacido en un pueblo costero. A pesar del gran temor, o debiera decir respeto que le tengo al mar, este para mí es un mundo de posibilidades, done le doy rienda suelta a mi imaginación. Me fascina ir a la playa, aunque lo haga muy poco, a pesar de no nadar; me gusta ir y sentarme en la orilla, a contemplar el majestuoso mar, dejar que mis ojos se pierdan en el horizonte, que mi mente divague en dimensiones desconocidas.
Playa Blanca para mí es una especie de santuario. Playa Blanca es como ese momento de silencio en medio del ruido, como esa palabra de aliento justo cuando estamos a punto de rendirnos. Playa Blanca es parte de mi alma. Yo la siento como parte integral de mí. Playa Blanca es un refugio perfecto para conjugar soledad, tranquilidad e imaginación. Es el último remanso de paz en una población envidiosa, mezquina, incomprensible. Es increíble como se puede hacer una transición tan rápida con el simple hecho de caminar. Monte Río, en mí natal Azua De Compostela, que es la playa hermana de Playa Blanca, suele ser un lugar muy concurrido. Personalmente la considero un lugar sin ningún atractivo, y hasta un poco sucia. Pero caminar unos pasos más allá trae como recompensa a Playa Blanca.
¡Cuánto daría yo por estar allí en estos momentos! Estos han sido para mí días estresantes. Aunque no tengo ningún problema de salud o algo por el estilo, han sido días en los que me he sentido un poco mal. Toda la tensión acumulada solo me hace desear irme a Playa Blanca. Sí, irme allí, tumbarme en la arena, fundirme con la naturaleza. Dejar que mi mente flote, que mis ojos se pierdan en el horizonte, que la suave brisa me haga compañía. Irme a Playa Blanca es justo lo que necesito.
Playa Blanca para mí es una especie de santuario. Playa Blanca es como ese momento de silencio en medio del ruido, como esa palabra de aliento justo cuando estamos a punto de rendirnos. Playa Blanca es parte de mi alma. Yo la siento como parte integral de mí. Playa Blanca es un refugio perfecto para conjugar soledad, tranquilidad e imaginación. Es el último remanso de paz en una población envidiosa, mezquina, incomprensible. Es increíble como se puede hacer una transición tan rápida con el simple hecho de caminar. Monte Río, en mí natal Azua De Compostela, que es la playa hermana de Playa Blanca, suele ser un lugar muy concurrido. Personalmente la considero un lugar sin ningún atractivo, y hasta un poco sucia. Pero caminar unos pasos más allá trae como recompensa a Playa Blanca.
¡Cuánto daría yo por estar allí en estos momentos! Estos han sido para mí días estresantes. Aunque no tengo ningún problema de salud o algo por el estilo, han sido días en los que me he sentido un poco mal. Toda la tensión acumulada solo me hace desear irme a Playa Blanca. Sí, irme allí, tumbarme en la arena, fundirme con la naturaleza. Dejar que mi mente flote, que mis ojos se pierdan en el horizonte, que la suave brisa me haga compañía. Irme a Playa Blanca es justo lo que necesito.